No me canso de repetir lo importante que es observarse, conocerse y saber gestionarse. No sólo mejora nuestras relaciones con los demás y, por tanto, puede salvar matrimonios, mejorar nuestro ambiente laboral y cosechar felicidad por doquier, sino que además es imprescindible para dos cuestiones que considero de vital importancia en esta vida: disfrutar de verdad los momentos de alegría y navegar con cierta calma en los días más tormentosos.
Resulta ser que somos expertos en dejarnos llevar por la negatividad y la nube negra con la que nos levantamos a veces, pero no tenemos ni idea de cómo vivir con intensidad los momentos de felicidad. ¿No te parece injusto? O sea, sabes enfadarte y frustrarte de manera casi profesional, pero a la hora de vivir plenamente un momento feliz, éste transcurre con normalidad, te dibuja una sonrisa en la cara y se marcha para siempre, dejándote de nuevo debajo de tu nube negra en plan «yo ya hice y parte, con el resto de tu vida te apañas tú».
Me encantaría detenerme en esto de «disfrutar de verdad los momentos de alegría», pero en realidad me he sentado a escribir sobre «navegar con cierta calma en los días más tormentosos» y, como sigo trabajando en eso de que mis artículos sean más cortos, voy a centrarme en el tema elegido y de lo demás, si quieres, hablamos otro día.
Índice
¿Qué hace que un día se convierta en un mal día?
¿Alguna vez has observado tu mente cuando tu día se empieza a torcer? ¿Cómo es el diálogo de tu mente consigo misma cuando estás en el atasco de las 07.45 o has perdido el autobús? ¿Qué te dices? ¿Qué te contestas?
Siempre digo que la parte más bonita de entrenar la mente en mindfulness es vivir los momentos felices, pero no me cabe la menor duda de que su lado más útil es la gestión de los momentos más complejos. Piensa que si desde primera hora del día comienzan a ocurrir ciertas cosas que no están en tus planes o comienzas a recibir noticias que son de todo menos buenas, es probable que tomes el camino directo a la espiral decadente y, una vez allí, te dejes llevar hacia abajo hasta que se termine el día y te acuestes con insatisfacción, frustración, tristeza o enfado, o todas ellas juntas.
No suele ocurrir nada de esto cuando se trata de pequeños detalles aislados y la rutina permanece intacta, pero qué pasa si después de llegar tarde al trabajo te encuentras con una reunión sorpresa, nuevas tareas urgentes que no tenías previstas, te cae un chaparrón o se te abre el tupper y se sale toda tu comida. Por no hablar de que te cancelen la solicitud de reserva del apartamento de la playa, que se te olvide la mitad de la compra que tenías que hacer y te des cuenta cuando ya has salido del supermercado o que te tengas que ir del centro de estética sin haberte hecho nada porque han decidido exigir que los cupones descuento sean impresos. ¿Impresos? ¡Pero si ni los billetes de avión hay que llevarlos impresos!
En fin, esto solo son ejemplos, no hay nadie mejor que tú para componer tu propia lista de anécdotas que pueden convertir un jueves normal en un maldito jueves.
Propuesta de ejercicio.
Te propongo un ejercicio divertido para que tomes consciencia de la cantidad de detonantes que te pueden pasar en un día, toma un papel y un bolígrafo y haz una lista (tiene que ser listado, no en párrafos) por orden cronológico de todo lo que te puede ocurrir un día normal desde que te levantas hasta que te acuestas. ¡Anótalo todo! Que se te caiga el café o que no haya café en casa, que te llueva de camino al trabajo, que los niños no paren de llorar, que se te olvide el portátil, la comida, las llaves o cualquier otra cosa importante, etc.
Ahora puntúa cada cosa que te puede pasar del 1 al 3, siendo el 1 muy poco probable y el 3 muy probable. Por ejemplo, si has apuntado que una paloma puede deponer en tu hombro, ésto quizás sea un 1, pero que se te manche la camisa con café es un 3.
Por último, pregúntate cuánto de importantes son esas cosas por separado, es decir, trata de reflexionar sobre la gravedad de cada anécdota y cuál sería la mejor forma de enfrentarla.
Quizás estés pensando que analizarlo en frío y con ejemplos imaginarios es muy fácil, pero que cuando llega el día D y comienzan a ocurrir cosas no resulta tan sencillo separarlas y gestionarlas de una forma tan gentil y objetiva, ¡y tienes razón! Pero no te voy a dejar así, aquí va La Recomendación de la semana.
Consciencia y espiritualidad: mindfulness.
Lamentablemente no puedo ofrecerte un truco sencillísimo que no conlleve trabajo y que sea bonito y barato; pero sí puedo ofrecerte una actitud infalible para esos días que se empiezan a torcer: el mindfulness.
Una de las cosas que más me gusta trabajar a través del coaching personal y espiritual es la inteligencia emocional por la vía del mindfulness, esto es: gestionar las emociones y limitar su incidencia sobre nosotros en la medida en que nosotros queramos. De tal manera que, a través de la atención plena, podemos lograr identificar nuestro diálogo mental, saber qué nos estamos diciendo, cuáles son las emociones que estamos experimentando a consecuencia de los sucesos externos y hacernos responsables de esas emociones para elegir si permitimos que nos afecten o no.
Gracias a tu entrenamiento en atención plena y al autoconocimiento que coseches podrás identificar los detonantes antes de que te afecten y sabrás gestionar mejor tu actitud frente a ellos. Es por ello que he querido compartir contigo esta reflexión de hoy sobre la conveniencia de iniciarse en mindfulness o aprender a identificar y gestionar las emociones con un guía, coach o terapeuta.
Para terminar…
Te invito a que le eches un ojo a mi artículo sobre mindfulness en la web de la revista Objetivo Bienestar, donde te ofrezco cinco formas sencillas de introducirlo en tu día a día, lo que supone un buen entrenamiento para hacernos responsables de la actitud que tomamos ante los días malos.
Además, si te atrae el concepto de mindfulness y quieres saber más sobre ello, te recomiendo el libro de Mónica Esgueva «Mindfulness», es realmente bueno.
Maravilloso artículo ☺️✨✨✨
¡Gracias!